Escalada patagónica

Como el viento ha pasado nuestra escalada patagónica. Ahora solo quedan los fierros conformando una masa, una madeja de instrumentos, donde acero y plástico yacen abandonados, casi sin vida. Herramientas cuyo corazón se ha detenido hasta la próxima escalada, ó hasta que nostálgicos tomemos una piqueta y la agitemos en el aire, creyendo sentir aún esas frías gotas de cristal en la piel, o un friend imáginandonos tener otra vez esa fría fisura donde colocarlo, mientras allá abajo, y casi flotando sobre un glaciar está nuestro amigo esperando con ansiedad el final del largo.

   Esa es nuestra pasión, casi un instinto ancestral, ese amor por escalar, esas ganas de trepar, resolviendo todas las situaciones que nos plantea la montaña, a veces pasando hambre, miedo e incertidumbre. Descubriendo a cada paso, siendo exploradores y conquistadores de cada pedazo de granito, de cada huequito de la roca y de cada centímetro de hielo. Sintiendo correr el tiempo por nuestras venas, con el lento fluir de los glaciares. Extrañando amigos, momentos, novias y esposas.

   Ese es nuestro juego, el de los montañeses, románticos aventureros de paisajes increíblemente hermosos y duros. De bellas montañas y esbeltas agujas, con las que tal vez solo se podrá soñar, imaginándonos en sus cumbres llenas de misterio y leyenda.

   Ahora los pesados bártulos descansan ahí, dormidos, alegres de haber vivido intensamente lo más lindo de su existencia junto al andinista, el amor por una montaña, por un pedazo de piedra helada. Una loca pasión de hielo y roca que nos lleva a algunas cumbres junto a los más grandes amigos que tendremos, y a los que llegamos a querer demasiado, mucho más que a ese pedazo de roca y hielo, frío e inmensidad.