¿Porqué vamos a la montaña?

Ubicado en la provincia de Catamarca, Argentina, el Tres Cruces es un volcán fronterizo con varias cumbres, la mayor de unos 6.750 mts, lo que la convierte en una de las más altas cumbres del continente. Se levanta en un rincón aislado de la zona del Paso de San Francisco y aparentemente es un volcán apagado. Fue ascendido por primera vez - a salvo los ascensos precolombinos- por R. Parysky, del Club Andino Varsovia en 1937, y
probablemente ( sin confirmar) por un andinista Tucumano de apellido Poma y tal vez por uno o dos grupos canadienses. En Enero del 2000 el GRAM realizó el primer ascenso argentino por esta nueva vía de acercamiento , recorriendo más de 70 km de puna y salares en vehículos 4x4, y luego recorriendo su glaciar sur. Todos los ascensos anteriores se habían realizado desde Chile o trasponiendo el alto Cordón del Ojos del Salado. Luego de esta primer ascensión, se sucedieron en corto tiempo varias ascensiones de argentinos por esta nueva ruta.

    Esta claro que no todos buscamos lo mismo.La aventura cada vez más comercializada. El consumismo nos persigue por todos lados. Consumimos equipo, revistas, vacaciones, montaña. Desaparece la verdadera aventura, la incertidumbre, los motivos que hacen de la montaña un lugar distinto a los demás. Cansados de las montañas llenas de gente buscamos lugares poco explorados, casi desconocidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Revisando un viejo boletín de los Tucumanos, Glauco encontró una inquietante foto del volcán Tres Cruces (Catamarca) tomada desde la Argentina. Un cerro rodeado por los ya tan publicitados Pissis y Ojos del Salado con más de 6700 m y una ruta aparentemente no escalada. La pared sureste, un hermosa pendiente de nieve que culmina en el filo cumbrero.  Un lugar prácticamente inexplorado, sin agua potable y con una gran cuota de incertidumbre. Elemento fundamental para nuestras próximas salidas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   La búsqueda de mapas, datos y la planificación la fuimos haciendo durante todo el año. El problema principal era llegar hasta la base del cerro. Más de 170 Km por desiertos y salares entre la ruta que va al paso de San Francisco y la base del cerro..

    Los vehículos: una camioneta 4x4 y un Jeep de los 70', elementos fundamentales de la expedición. Una buena logística era primordial para realizar un intento serio a la cumbre. Agua, combustible, herramientas y ruedas auxiliares para los móviles constituían la carga más preciada.

   Cargados hasta las orejas llevando de remolque un carrito con cantidades industriales de bidones y botellas; aún vacías; partimos de Baigorria (localidad a pocos kilómetros de Rosario) a la medianoche del 1º de enero. Glauco Muratti , el dinosaurio, al volante de su Toyota, Miguel Kvarta encarnado a su Jeep y los demás; Nico Cantini, Lisandro Crocco, Juan Pablo Gustafsson, Cristian Kvarta, Gullermo "Chuchi" Bianchi, Martín Suso y Ramiro Casas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Un viaje interminable, mucho calor, rompiendo las bolas con los Handies y por fin llegamos a la localidad de Fiambalá, último lugar civilizado antes del desierto catamarqueño. Un asado, baños en las termas y al sobre.

 

    Al mediodía del día 3 partimos rumbo el paso de San Francisco, previo aprovisionamiento de combustible y agua. La ruta, nueva y vacía incitaban a la practica de tiro al blanco.

    En pocas horas estábamos metidos en la montaña. Cinco Km. por camino de ripio y llegamos a La Coipa, una tapera . Lugar especial para preparar un buen guiso, tomar mates y continuar con la práctica de tiro, hechos que se volvieron una constante del viaje.

    Al día siguiente comenzamos a subir por un camino de tierra que lleva a una mina limítrofe con Chile, pasando por la base del Pissis. La inmensidad de las montañas y los arenales contrastaban con la aparición de los únicos seres vivos de la zona, algún zorro, manadas de vicuñas y alguna que otra liebre. Ya a 4000 metros se ensancha la quebrada hasta convertirse en valle y un salar se transforma en una laguna llena de flamencos, dando lugar a un paisaje inigualable. Al fondo de esta, un grupo de casas abandonadas pertenecientes a una mina abandonada. Usamos este lugar como campamento base. Desde ahí salimos a buscar un posible paso hasta la base de la pared sur del Tres Cruces.

 

Los días transcurrían con bastante actividad. Nico se tuvo que pegar la vuelta para Rosario porque volaba de fiebre, mientras nosotros buscábamos la manera de llegar a la base del volcán. Ya no había huella y todavía estábamos a más de 60 km del cerro (a vuelo). Desde ahora nos abriríamos nuestro propio camino, que no fue nada fácil. En un tiro estuvimos 4 horas paleando y empujando la chata para avanzar solo 30 metros en subida. El Jeep ayudaba tirando con un cable de acero, pero comenzó a fallar la caja de cambios.

 

    Volvimos al campamento en segunda dudando de la continuidad de la expedición. A las 19 hs. comenzó la "operación caja". Entre mates y una rica picada, Miguel y el Suso bajan la caja de cambios y a las 3 ya está arreglada. Para festejar salimos a dar vueltas con el Jeep en medio de la noche. Un poco de Ginebra y casi se nos sopla la junta de cilindros por una recalentada. Se habían olvidado de conectar el electroventilador.

 

 Pasaron 3 días. Cristian construyó una excelente fragua en la cual quemábamos yaretas, calentábamos mates y guisos, hasta hacíamos tortas fritas. Cosas fundamentales que se deben saber hacer en la montaña, especialmente durante las tardes, cuando se venía la nevisca. En los tiempos libres Cristian y el Chuchi y luego Juan y yo subimos al cerro de los Aparejos (4750 m).    Después de varios días de dar vueltas por una extraña planicie a más de 4500 m, llamada Campo Negro, pudimos encontrar un paso para bajar con los vehículos hasta la Salina de la Laguna Verde, desde la cual nos arrimamos a unos 15 Km. del cerro.    Comenzamos a hacer lo que más sabíamos: caminar. Atravesando médanos que ocultaban glaciares, arenas volcánicas y ríos de piedra pómez, establecimos un campamento a 5100 m y luego otro a 5400 al pié de la pared. Nuestro principal objetivo estaba cumplido, ahora debíamos subir.

 

 

Ya estábamos a 12 de enero. Desarmamos el campamento y partimos hacia arriba lo más liviano posible. Carpa, calentador, bolsa de dormir, 1 piqueta, grampones y una soga entre todos por sí las moscas. La nieve era perfecta para gramponear, bien dura y pura, quizás jamás pisada. La pendiente al principio suave, alcanza los 40º. Luego de 4 horas decidimos armar el último campamento. Esto motivó una discusión ideológica que duró más de ½ hora. Al fin encontramos el lugar ideal. Un roquerío bastante protegido del viento a 6100 metros. Estábamos bien aclimatados, salvo el Suso, pero su corazón y orgullo eran más grandes. Una noche espectacular, con la vista del Ojos y el Pissis al fondo. Nos separa una gran extensión de salares, lagunas y un largo camino recorrido.

   Día de cumbre. No partimos temprano, presentíamos que la cumbre no podía estar muy lejos. Una pendiente de nieve que se hace cada vez más suave y ya no se ve nada más que subir. Al mediodía estábamos todos en la cumbre. El viento calmo, no hacía nada de frió. La montaña nos regala un día de lujo. Enseguida llega Crocco, a quien se lo notaba muy bien. Después nos enteramos que se daba con bencina. Al ratito llega el Suso con el último suspiro. La bajada iba a ser dura.

    Bajamos, pero seguimos siendo los mismos. Un poco mal tratados por el sol y la nieve. El orgullo es interno, no lo dejamos escapar. Estamos muy contentos, pero es inevitable, ya pensamos en nuestra próxima salida.

 Pasan los días y uno recuerda los mejores momentos en la montaña. Rara vez es el día de cumbre. Son los mates con amigos, un buen guiso en medio de la nada. No obstante no podemos dejar de subir.   Vemos una cumbre y ya queremos estar arriba, como un deseo muy adentro nuestro al cual no le encontramos explicación.

 

 Texto: Ramiro Casas (Boletín Nro 6), Fotografías: Guillermo Bianchi