Nevado Artesonraju

Como ya conocíamos las pendientes de las quebradas de Mendoza, fuimos sorprendidos por la verticalidad de las quebradas de la Cordillera Blanca. Cobramos altura rápidamente, cuando de repente observamos la majestuosidad del desafiante Nevado Artesonraju que con más de 6000 metros de altura (6025), domina la quebrada Parón. Este cerro fue el principal motivo por el que partimos un mediodía de julio hacia Perú, Diego Cancelo, Gervasio Fierro, Glauco Muratti y yo.    Los problemas empezaron antes de salir de la Argentina. El vuelo partió demorado; escala obligatoria en el hotel Carreras de Santiago de Chile; alguna que otra pelea con la gente de la aerolínea, pero, luego de más de 24 horas de viaje, con 6 horas de espera en un "bazuco" de Lima, llegamos al "inaccesible" Huaráz. Pueblo a 3000 metros sobre el nivel del mar, desde el cual parten todas las expediciones a la Cordillera Blanca. 

    Comenzamos a empaparnos de su maravillosa cultura, con sus vestimentas y sus fuertes comidas. Al principio un tanto reacios a estas, pero al final comíamos en los típicos puestos de la calle. También convivíamos con los relatos de avalanchas y accidentes en la montaña. Empezamos a vivir los Andes vertiginosos, como bien titularía a su libro sobre escaladas en Perú, el francés René Demaison.

    El vértigo comenzaba a sentirse en las combies que viajaban "a mil" por los caminos de montaña. Una de éstas, nos dejó en la Quebrada Llanganuco. Luego de una corta caminata, comenzamos a divisar el Nevado de Pisco (5752 m.s.n.m.), nuestro primer objetivo.  

  Recuperándome de una fuerte gripe, llegamos al primer campamento, (4500 m) donde volví a ser vencido por esta. No obstante, mis compañeros me convencieron para continuar al otro día hasta el último lugar de vivac. Luego de atravesar una gran morrena, llegamos a la cota de 4900 metros, donde armamos las carpas. El lugar era abrumador, todo parecía inestable. Nosotros éramos meros espectadores. Pasamos esa tarde disfrutando de los Nevados Huandoy, tomando cantidades industriales de mate para hidratarnos. Muy lavados, eran simplemente "medicinales". 

 

   A la mañana siguiente, la incertidumbre fue nuestra compañera. Amaneció nevando, no obstante partimos hacia la cumbre. Estábamos inmersos en un mar blanco. Imposible ver nada. ¿y la cumbre? No sabíamos a donde estaba, no veíamos a más de 2 o 3 metros. Sorteando grietas y pasando bajo séracs pudimos alcanzar la rimaya que nos separaba de la cumbre. Unos pasos de escalada, la foto tradicional en la cumbre y enseguida hacia abajo. Seguía el mal tiempo, pero pudimos divisar a nuestro próximo objetivo el ARTESONRAJU, enrarecido por una nube que le daba un aspecto tenebroso y nos planteaba la duda: podremos?

 

 

 

 

 

 

 Esta, es una ciudad chica, pero muy activa y llena de "gringos". Como era sábado, a la noche fuimos a un boliche: "El Tambo". Glauco no quiso ir, estaba muy abatido por los futuros problemas a afrontar. Se pasó dos días enteros leyendo los 2 únicos relatos que teníamos sobre este cerro una y otra vez. Nuevamente partimos en una combie. No obstante, haber hecho varios viajes en estas, siempre es una aventura. La velocidad y la cantidad de personas que pueden entrar en estos bichos es impresionante. Una vez en el pintoresco pueblo de Caraz, contratamos una camioneta que nos lleva hacia la quebrada y laguna Parón. Otra vez subimos "a mil" por hora, entre paredones de granito y selva. Perú no deja de asombrarnos.

    Dos días más tarde ya estábamos al pie de la pared. Mil metros de desnivel nos aguardaban. Partimos muy temprano, con buena luna. Al principio, subía como una babosa, hasta que encontré mi ritmo. Un ascenso monótono, pero con todas las pilas puestas. Un pequeño descuido y vi caer mi cantimplora. Destino: la rimaya, 500 metros más abajo. Por fin, dos largos en buen hielo y estábamos en el filo cumbrero. La cumbre era apenas un punto. Gervasio y Diego ya estaban allá. Sacamos, nos abrazamos. Habíamos alcanzado nuestro sueño, pero nos faltaba un largo descenso. Glauco ya preparaba el rapell. Eran las 5 de la tarde y empezábamos a bajar con las frontales en la cabeza. La llegada de la noche era inevitable. Once rappelles, otro tanto desescalando y luego de 22 horas volvímos a ver la siluetas de las carpas. "HOME, SWEET HOME". Estábamos extenuados, deshidratados, pero con el sabor del triunfo. Ya podíamos estar tranquilos. Como despedida: vivac en un hermoso bosque onda Patagonia. Un fueguito, mates, el sol del atardecer y amigos.