Martes, 29 Abril 2014 01:10

Expedición en kayak al Golfo de Penas

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Nicolás Cantini, un montañista del GRAM nos cuenta su última expedición en kayak en el sur, tratando una vez más de combinar sus dos pasiones, la escalada y la navegación.

 Dia 1: Los cuatro integrantes de esta expedición nos reunimos en el jardín de la calle Garúa 1314 de San carlos de Bariloche. Ayer a la noche llegaron Diego (en adelante “El Rana”) y Martín desde Rosario de un viaje sin escalas.

La mañana es clara y fresca. Todo el material está a la vista,  los kayaks todavía reposan en el césped y mientras nos damos los buenos días, mateamos y pasamos revista de lo que hay que llevar. Mapas, Gps, Radios, Botiquin, Palas, Palas de repuesto, olla, pava, carpa…. La lista es larga y a nuestro parecer esta todo y es lo mejor que tenemos.( Además del equipo personal, a esta expedición se le suman los siguientes elementos:  6 mapas plastificados, teléfono satelital, GPS, cámaras de fotos y filmadora)

Entre charlas vamos cargando los vehículos y en poco tiempo está todo listo.  Termos y mates listo, música y cámaras a mano, mapas ruteros, morfi de marcha listos ... y adiós a la casa.

Nos dividimos en dos parejas. Nico y el Rana , Martin y el Burro. Enfilamos para la 40 y a rodar.

Con Martin vamos escoltando a los chicos que llevan los botes en el techo y así nos  aseguramos que no pase nada raro. La vista de los tres kayaks atados y todo el equipo rebosando por la caja de la camioneta es inspiradora. Todavía faltan muchos kms de asfalto y ripio, varios pueblos, paradas, charlas, siestas quizás, la aventura tiene olor a nuevo.

El sol se va por donde siempre, pero hoy lo vemos desde la vasta estepa patagónica y unas nubes de esas que el viento deshilacha le da al cielo la posibilidad de lucir esos tonos naranjas y rosados que duran segundos. La negrura nos cae encima a pocos kms de llegar a los antiguos.

Ya dispuestos a cocinar y vivaquear en la playa de un río, El Tío Martin nos invita a comer unos bifes de chorizo regados con vino tinto. Después de tal festín , dormir no fue un problema.

 Día 2: Salimos de “Los Antiguos” y cruzamos la frontera a primera hora por el paso “Chile Chico”, empalmando la carretera Austral y dibujando las costas del lago General Carreras (Buenos Aires en Argentina).

Viajamos toda la mañana y pasado el mediodía arribamos a “Puerto Tranquilo”. A estas alturas el repiqueteo de tantos kms de ripio nos aflojó todo, vehículos y ánimos. Un breve descanso, cargamos todo en una sola camioneta y  bajamos por el valle del río Exploradores hasta el lugar de embarque e inicio de la travesía por agua.

Sopla el viento, el cielo está  gris y se ven rápidos que ... me dan que pensar. De todas maneras nos cambiamos y cargamos todo en los respectivos kayaks. La transición de estar sobre ruedas a estar listo para navegar es muy rápida. Para variar soy el último en cerrar los estancos y alistarme.

Bajamos los botes al costado de lo que mañana  será un puente de cemento que cruce el río. Todo está húmedo y frío. El río es de un verde claro lechoso. Martín nos saluda desde la orilla, se ríe de nuestras pintas y nos graba con su teléfono. Y solo timoneando nos dejamos llevar por la corriente.

Enseguida encontramos más rápidos, árboles y piedras  en el cauce. Técnicamente no son exigentes, pero mi cabeza está muy alerta a los posibles golpes contra el casco de mi buque de fibra. Tenemos todo para reparar cualquier contratiempo, pero así y todo, una cachón es un incordio y más con esta humedad que dificultaría cualquier reparación con resinas.

Como ya estaba entrada la tarde, navegamos pocos kms por el río sorteando las últimas correderas  y acampamos en una playa donde la lluvia se nos presenta  como la compañera fiel que nos escoltaría durante casi toda la travesía.

Las paredes de roca de los cerros que nos rodeaban lloran sin consuelo y la vegetación gana cualquier superficie, vertical u horizontal. Todo está  forrado de vida verde.

 

Día 3: Desarmamos el campamento y con todo el equipo de navegación húmedo, nos arrojamos nuevamente a la corriente para recorrer los últimos kms del río y encontrarnos con la bahía exploradores y el golfo Elefantes.

Costeando siempre las costas acantiladas, no dejábamos de asombrarnos con las paredes y los árboles colgantes que crecen hasta la línea que le permite el nivel máximo de la marea.

 De repente, un lobo marino nos deleita con un panzazo  desde una roca y desaparece  frente a nosotros. Risas nerviosas. Atención muchachos!

El objetivo para el día era llegar hasta un campamento marcado en el mapa, pero encontramos una playa hermosa y reparada que nos convenció y refugió en nuestro primer día en el golfo. La navegación había sido tranquila, constante y lluviosa. Palada a palada nos alejábamos del punto de partida, minuto a minuto nos acercábamos a los puntos que habíamos marcado en el mapa y que tanto habíamos curioseado en el google earth.

En Puerto tranquilo estaba Martín, con su tranquilidad y altruismo, esperando noticias nuestras y haciendo amistad con los locales como pudimos comprobar a nuestro retorno.  El “Tío” Martín, como a él le gusta que lo llamen, fue crucial para el desarrollo de esta expedición. Sin su ayuda no hubiésemos estado tan tranquilos sabiendo que  nos respaldaba por tierra, además tubo detalles para con el equipo que no vamos a olvidar. 

Armamos un toldo para hacer un fueguito y cocinar. La lluvia cae,  para , cae, pero las pausas son muy breves. Armamos la carpa en un plano en lo más alto de la playa para evitar la marea cuando suba, o eso creemos. Esta fue una de las cuestiones con la que tuvimos que lidiar casi en toda la travesía. Las mareas, sus niveles y sus corrientes. Nos ubicó y nos devolvió la noción de las fuerzas naturales, silenciosas y modeladoras de la tierra. Un hermoso regalo.

Día 4: Después de desayunar, vaciamos el agua de la bañera de los kayaks que había entrado durante toda la noche de impasibles lluvias y nos vestimos con las ya húmedas ropas de navegar. Esta escena mañanera se va a convertir en la fría rutina de cada día.

Ensillamos los corceles, montamos y nos hacemos a la mar, que nos saluda con unas olitas que nos abordan hasta arriba de la cubierta renovando la humedad  de nuestras ropas, acompañándonos gran parte del día, poniendo resistencia y poniendo la paciencia a prueba.

Siendo que la dirección y el tamaño de las olas era siempre el mismo, uno termina acostumbrándose y tomándole el tiempo al momento, esto permite poder poner atención a otros componentes del paisaje y disfrutar.

En la búsqueda de agua dulce nos acercábamos a los chorros que descendían casi de cualquier pared  y de estas recogíamos el precioso líquido, solo que en una versión verde y sedimentada con la esencia del bosque austral. El famoso Gatorade de Nalca, exquisito!!

Llegábamos a Punta Leopardo con la corriente de la marea en contra, pero maravillados con las cuevas y los pintorescos árboles que crecen en los islotes de roca que afloran cerca de la costa. De repente unas fuertes ráfagas de viento, nos traen  para la merienda, una sonora granizada para que la presenciemos en primera fila desde nuestros asientos. El instinto nos hizo desembarcar, lo que en realidad, no tuvo ningún sentido, ya que no había resguardo alguno en la playa donde nos apeamos, igualmente nos divirtió y sacamos algunas fotos.

Este día queríamos llegar hasta la entrada al porteo del Istmo de Ofqui, en la laguna San Rafael, así que seguimos pala y pala en dirección a la entrada al río Témpanos. Pero el clima se estaba comportando hostil y nos tiraba con más lluvia, viento y hasta nos repitió el granizo. El frío y el hambre nos reclamaban una parada y fue por esto que al llegar a una playa barrosa casi en la entrada de la laguna San Rafael, decidimos acampar y calentarnos con dulces y el cariño de las bolsas de dormir.

Desde ahí pudimos ver una familia de delfines que paseaban cerca de la costa, los oíamos respirar. Y como un guiño del clima, el cielo dejó pasar unos rayos de sol y el paisaje nos regaló un arcoíris completo justo frente a nuestro campamento. Todos sonreímos de alegría.

 

Día 5: A la rutina mañanera se le sumo el arrastrar los botes por el barro otra vez hasta el agua y a los pocos minutos de navegación ya empezamos a ver témpanos fluyendo con la corriente y algunos varados,  nos acercamos prudentemente a curiosearlos y fotografiarlos. Son hermosos , brillantes, de textura fría y húmeda , sus formas únicas y caprichosas. Muy reales.  Como el glaciar que desciende de las montañas y cuelga hasta el agua desde el fondo de la laguna. Es el San Rafael, con su blancura y solidez, con la paciente dulzura que esta por perder en el encuentro con el mar. Artista del paisaje.

Por unas horas detenemos el tiempo y nos entregamos a la admiración, a los comentarios, a las fotos. Ruedan algunas lágrimas, reímos (la camaradería siempre presente). Mucho sentimiento y pocas palabras.

Según el Gps llegamos al punto donde portearemos los kayaks a través del Istmo de Ofqui para encontrarnos con el río negro. Tras una breve exploración, encontramos el paso y discutimos si hacerlo hoy o mañana. Los botes pesan más de 50 kgs, el porteo es de 2 kms y no sabemos bien que nos vamos a encontrar. De por si la idea nos divierte y  enseguida nos ponemos a sinchar con los botes atados a los chalecos y a surcar la vegetación. Esto es otra película!!. Hace unos minutos flotábamos entre los témpanos y ahora nos sumergimos hasta la cintura en el barro tirando de los botes por el medio de una selva. Nos reímos de vernos tropezar y meter las patas hasta el fondo. Por suerte hay tramos donde los botes flotan y avanzamos remando, pero no muchos, ni tampoco largos.

 Luchando y sudando nos alejamos de la selva y vamos encontrando pasto y pasarelas abandonadas de un antiguo proyecto que hubo de conectar la laguna, con el río y el océano, allá por 1938, pero se abandonó porque era impracticable. Vuelvo a esos tiempos y  me brota la admiración por aquellos obreros que recalaron en este lugar para buscarse la vida a fuerza de pico y pala, aguantando las inclemencias, realmente lejos de todo.

Parece que es un charco más, pero no, es un bracito del río. Nos enjuagamos un poco el barro y enfundamos en los kayaks otra vez. Y otra vez en la butaca preferencial, nos vamos río abajo firuleteando por los meandros,  aguantando más chaparrones y deleitándonos con los colores del paisaje, con los cisnes, con la idea de que a cada momento nos acercamos al océano.

De repente encontramos una playa hermosa que nos invita a parar. Supuestamente mateabamos y salíamos, pero la comodidad del lugar y el arduo trajín del día se encontraron haciéndonos decidir  acampar y poner punto final a otra jornada.

 

Día 6: Pasamos la peor noche hasta ahora en esta travesía. Las ráfagas de viento eran realmente violentas y amenazaban con partirnos la carpa en pedazos, mientras que la lluvia insistía con mojarnos completamente colándose, gracias al viento, por debajo del abside. Al amanecer, metódicamente nos preparamos y salimos río abajo para navegar unos cuantos kms más hasta el encuentro con el mismísimo Océano Pacífico. El delta del río se vuelve plano y despejado de cualquier vegetación que no sean los pastos que ocupan la poca tierra firme que queda.

Nuevamente el Gps nos marca un punto que le cargamos donde la playa se angosta a  unos escasos 300 metros que separan el río del oceano, donde aprovechamos para portear los kayaks nuevamente y evitarnos remar varios kms hasta la desembocadura misma. Ya desde hace unos minutos que las olas nos envían el murmullo de su presencia y la cercanía con la playa les da otra acústica y otra presencia.

Dejamos las embarcaciones y bajamos a la playa. La vista del mar nos pone eufóricos, el horizonte nos chupa la vista y ahí quedamos clavados otra vez en silencio. Qué jornada!

 El rana sale corriendo e intenta filmar a un lobo que juega en las olas, Nico saca fotos y    me dice que siempre quiso venir a esta playa, y yo , el Burro me siento como tantas veces frente al mar, diminuto y feliz.

A lo lejos se divisa  entre las nubes el glaciar San Quintín, colosal, brillante. Esta playa no puede ser más hermosa; este espectáculo es único; este día irrepetible

De apoco volvemos al lugar que elegimos para acampar y nos cambiamos de ropa, improvisamos un toldo y encendemos un fuego , ponemos a secar todo lo que podemos y un guiso de lentejas empieza a cocinarse con los restos de madera que encontramos por ahí.. jugamos con la imaginación y le inventamos orígenes y naufragios y demás historias del hombre con el mar… La lluvia nos sigue cayendo encima, pero nos da igual, a estas alturas ya nos acostumbramos y la aceptamos.

El atardecer nos llama otra vez a la costa para ver como el sol se lanza en picado detrás de la península de Taitao. Adios a otro día. Esperamos que mañana vuelva el sol con más fuerza y rompa la capota gris que nos persigue.

El guisito sale a punto y lo empujamos con el ron que Nico trajo de colombia, fiesta de sabores.

 

Día 7: Nos despertamos con la calma y desayunamos en la carpa esperando como casi cada día que la lluvia nos dé una ventanita para salir. Hoy no queremos avanzar hasta ningún punto. Ya decidimos que no vamos a cruzar el golfo para ir hasta Caleta Tortel. El clima no nos anima, y las fuerzas ya no son las mismas. El ánimo sigue bien, pero la humedad y el frío han hecho mella en el cuerpo y solo imaginar más días de lluvias y viento, sumados al swell y lo que quiera ofrecernos el Pacífico… es demasiado para esta aventura. Otra vez será.

 Pero igualmente nos equipamos para salir a navegar, solo que vamos a jugar un rato e intentar llegar hasta la desembocadura del río Blanco que trae las aguas del glaciar San quintín hasta el océano. El embarque tiene lo suyo. Hay que arrastrarse sentado en el bote hasta donde el espumón de las olas te sube y te lleva para adentro, y una vez en carrera, casi seguro atravesar alguna ola que viene rompiendo. Impresiona. Pero una vez pasada la rompiente la cosa esta más estable, solo hay que jugar con las ondas que te suben y bajan todo el tiempo.

Las nubes siguen ahí y la lluvia también  y de pronto aparece un delfín y más tarde un pingüino viajero. Hasta el momento vamos protegidos por la Peninsula Taitao, rumbo sur y el oleaje se domina, incluso nos permite hacer unas tomas. Pero minutos más tardes, el agua sube de tamaño, y casi que nos sorprende una pared de aproximadamente 6 o 7 metros. Ya podemos sentir el verdadero Océano abierto que viene a dar a la desembocadura del Río Blanco. El glaciar, el río, el océano, los cerros, las nubes, la lluvia, el viento, la playa, los animales, los kayaks, los amigos. Los sentidos están casi llenos.

Acordamos volver y dándole la espalda a esa postal, remamos de vuelta al campamento. Todavía nos queda salir del agua. Esto implica medir el momento en el que rompe la ola y dejarlo pasar o lanzarse y surfear hasta la playa. Hubo de todo.

Ya con la ropa seca y cálida todo parece lejano. Este sentimiento nos persigue todo el tiempo. Los cambios de humor, la toma de decisiones. Subidas y bajadas, risas y puteadas. A Nico le gusta decir que aparece el Payaso o se muere de repente. Es una comparación acertada y graciosa.

Se apaga otro día y antes de dormir recibimos el pronóstico para los próximos días, al parecer viene una ventana, esta impreciso, temporal del norte seguro. Aprovechamos y le avisamos a Martín que volvemos al mismo lugar donde salimos, pero que nos quedan varios días de remarla.

Igualmente el recorrido nos entusiasma. Sabemos que vamos a remontar los ríos y que vamos a tener que jugar con las mareas, así y todo la alegría no decae.

 

Día 8: Cielo gris, pero levemente más claro. Nos despedimos del océano. Personalmente le digo “hasta siempre y muchas gracias”. Todo empacado otra vez y en su lugar.

 Cinchamos con los botes hasta el río y una nostalgia empieza a gotearme por dentro, es dulce y salada, es calida y húmeda, es por este medio viaje que empieza y por este medio viaje que termina. Pala y pala río arriba, como por casualidad se descascara el cielo raso y se cae el sol de lleno. Nos calienta y alegra, a sacarse todo muchachos, parece que va a durar. El paisaje tiene otro color, la correntada no nos afecta y enfilados ascendemos a ritmo firme, parecemos poseídos por la energía del astro rey. Las nubes desaparecen de toda nuestra vista y de yapa los cerros nos regalan sus cumbres y valles… faaaa… mirá donde estamos!

Las cámaras resisten contra todo pronóstico y nos permiten seguir flasheando….Calor y sol!

Los márgenes del río cerca de la laguna están poblados de árboles hermosos, algunos notofagus, algunos cipreses de las Guaytecas, nalcas, y demás hierbas que no conocemos.

Gozando del sol y del día, tras algunos virajes equivocados, vamos a dar con el inicio del porteo a la laguna San Rafael.

Otra vez risas, y metidas de patas y cinchar con nuestros galeones. La nostalgia sigue goteando y me llena los huecos que deja el sudor que sale a raudales por la frente y por la espalda. Reconocemos partes del camino, vemos otros detalles. Arrastramos, paleamos, seguimos tirando, y por la franja de vegetación que falta, la selva nos expulsa otra vez a la playa de  rocas de la laguna San Rafael. Pero esta vez a todo sol y cielo abierto. La vista es insuperable y rápidamente hacemos fotos y aprovechamos los últimos rayos para cambiarnos de ropa y acomodar la carpa. Más tarde intentamos pescar con la dichosa latita que llevo en el kayak inútilmente hasta el momento, pero las esperanzas de cocinar un pescado no merman.

Otro atardecer, quizás el más amable, no puedo decir el más pintoresco, porque todo lo que nos enseñó esta patagonia es incomparable.

Día 9: El sol de ayer  fué un regalo muy preciado. Hoy ya volvimos a tener sobre nosotros la capota gris de siempre y además una brisita que poco a poco va encrespando la laguna. Tiramos un cruce directísimo a la pared del glaciar de más de 10 kms  sin parar y bajo la lluvia para variar. Antes de llegar a la otra costa una barrera de témpanos nos corta el paso y suavemente y a los empujones abrimos una brechita efímera para pasar hasta la playa. Los matices del hielo son infinitamente suaves.

Deslumbrados y helados buscamos donde acampar y pasamos otra noche escuchando la infinita música que nos regala la lluvia sobre la carpa.

Día 10: Salimos de la laguna y cruzamos el río Témpanos con la corriente encontra y de guapos nomás le pegamos un cruce sostenido hasta la punta leopardo, con lluvia, vientito y olas de través. Los hombros están cansados de timonear y de luchar con la corriente. Remamos un rato más y nos refugiamos en una playa donde acampamos cuando íbamos. No es la más hermosa, pero está en una bahía reparada, llena de leña y hay una fuente de Gatorade de Nalca muy accesible.

El temporal se va anunciando con más lluvia y nubes oscuras. Intentamos hacer una toldería y un fuego, pero al rato nos dimos cuenta de que no había como esconderse del agua. Si hasta corría un hilo debajo de la fogata!! Eso fue muy extraño.  Armamos la carpa y nos acomodamos para pasar el resto del día y esperar.

Día 11: Nunca paro de llover desde la noche anterior, así que ni esperamos que escampe para vestirnos y salir a navegar. Mientras estábamos al reparo de la bahía, no podíamos sentir el verdadero movimiento que tenía el mar ese día. Solo cuando salimos de la protección de un islote que cerraba la entrada de la bahía, atestiguamos la altura y fuerza del oleaje que el viento norte nos había preparado para aquella jornada.  Avanzamos un poco más, escrutamos el horizonte, recordamos el parte meteorológico para ese día y decidimos volver a la playa donde habíamos pernoctado la noche anterior. Sabiamente  preservamos el calor y las energías, ya que en todo el día no amaino ni la lluvia, ni el viento y por ende ni las olas.

Otra vez en la carpa esperar.

Día 12: EL mejor y único día completo sin lluvia y con sol. Tal es, que remontamos casi 40 kms del golfo Elefante . Pudimos secar la ropa, navegar cómodamente en camiseta y gozar de las espactaculares vistas despejadas.

Como despedida de la aventura… entramos a la bahía con unas olas corriendo hacia la desembocadura, en contra de la corriente que sale del Exploradores, esto producía una simpática cocktelera que nos volvió a mojar todo  otra vez. Pero tubo fin cuando remontamos un buen tramo del río en busca de un lugar para pasar la última noche en la travesía.

Día 13: ya sin comida, solo mateamos y desanduvimos los pocos kms hasta llegar a un puerto donde nos recibió Andrés con unas sopaipillas hechas el tiro. Almorzamos con los paisanos y mas tarde nos llevaron hasta el lugar donde comenzó esta aventura. Como esperábamos , allí estaba  Martín grabándonos con su teléfono y con un termo de café calentito y dulzón.

Solo nos quedó cargar otra vez todo en la camioneta y volver a Puerto Tranquilo donde celebramos con cervezas y copiosas comidas.

Día 14:  Visitamos las catedrales de mármol y retomamos la carretera Austral para volver a Bariloche.

 

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