Aconcagua '89
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- Escrito por Eduardo Sproviero
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Aconcagua 1989, ¿por qué?
Esa era la pregunta más repetida, por gente de montaña y por otros, parientes, amigos y conocidos.
Los que no hacen montaña no pueden entender por qué alguien puede querer subir; y su interrogante abarca a todas las montañas. Algunos que hacen montaña no entendían (ni entienden) por qué ir a un lugar lleno de gente y bastante poco atractivo (cuestión muy opinable por supuesto).
Creo que puede haber muchas respuestas, en estos casos sí que todas las opiniones son respetables ya que se trata de experiencias personales e intransferibles, yo mismo no se qué atracción tiene el Aconcagua para mi, pero siempre quiero volver.
Mi historia con el Aconcagua empezó justamente el 3 de enero de 1989 cuando salimos en la famosa camioneta amarilla de Glauco, repleta como siempre, viajábamos en la caja con Piotto, Federico Mucci y Marcela Römer; Glauco, el perro y Alvaro en la cabina.
Glauco y el perro iban para otra quebrada y nosotros nos mandábamos al Aconcagua. En ese tiempo se podía entrar bastante a la quebrada de Horcones en vehículo y Glauco nos dejó a un ratito del puente de hielo, que alcanzamos a cruzar de ida porque en pocos días se derrumbó para siempre.
¿Por qué el Aconcagua?
Porque es el más alto, en principio eso que no es poco, ¿quién se anima a negar que es un atractivo enorme?, es la montaña más alta fuera de Asia, es casi un 7000. Aquí tenemos un punto para discutir, hay cierta falsa conciencia o cierta idea que hoy se llamaría “políticamente correcta” que parece impedir reconocer que uno quiere llegar al punto más alto, que uno quiere competir, aunque sea contra uno mismo, como es en este caso, pero parece que no hay que decirlo.
El motivo inicial, confieso entonces, fue simplemente ese, subir la montaña más alta que mi presupuesto sudaca me permitía. Y la subí, y patié acarreos, y respiré el aire cada vez más ligero, y pasé una noche solo a 5800mts por primera vez, sentado en uno de los refugios de madera derritiendo nieve y tomando te. Caminé solo hasta los 6959m que medía, ese 14 de enero a las 18 hs.
Después unos tipos de la Universidad de Milán con gps y que se yo cuantas cosas más dictaminaron que medía 6962, así que por pocos días subí 3 metros menos.
Vi todo, absolutamente todo por debajo y experimenté la rarísima sensación de sentirme tremendamente grande e insignificantemente pequeño al mismo tiempo, sin que me parecieran sensaciones contradictorias.
Conocí también la imbecilidad y la miseria de la gente en la cumbre. Cuando empezaba a bajar me cruzo, a pocos metros de la cumbre, a un cordobés muy joven que me preguntó si había alguien arriba, jadeaba como enfermo y cuando le dije que ya no quedaba nadie me suplicó que lo espere, que estaba sólo, que se sentía mal y que no quería bajar sólo. Me pareció que el tipo estaba mal de verdad, era tarde y yo me sentía bien, le dije que sí y me senté 20 minutos más, a casi 7000 metros a esperar a un desconocido. Cuando aparece el tipo me dice, “listo” y empieza a bajar corriendo, a mil por la canaleta. Lo perdí de vista, por suerte para él lo perdí de vista para siempre, bajé sólo como había subido y llegué de noche a Berlín por esperar a un tipo que supuestamente estaba en problemas.
Cuando descubrí que a pesar de todo haría cien veces lo mismo me sentí muy pero muy bien y pensé que eso es el GRAM.
Me di cuenta entonces de otra razón para subir a más de 6000 metros, encontré que arriba de los 6000 estás expuesto igual que en una pared vertical sin encordarte, pero el ritmo es otro, la misma exposición pero en un tiempo mucho más dilatado, en un tiempo en el que pasas horas dando pasos cortos y escuchando trabajar a todo tu aparato respiratorio, en un tiempo dilatado en donde te podés cuestionar mil veces qué carajo hacés ahí y sin embargo seguir.
En un tiempo y en un lugar tan expuesto que te puede salir lo mejor o lo peor de vos, donde podés descubrir, con poco margen de error, que clase de gente sos. Si superás esa prueba seguro que vas a querer volver mil veces a subir por encima de los 6000 metros, a mi me pasó, y me sigue pasando, viejo, pelado y panzón sigo soñando con subir el Aconcagua por Polacos, ¿por qué no?