Lunes, 24 Marzo 2014 02:01

Quebrada Fea

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El plan original – formado a partir de información bastante escasa, porque íbamos a visitar una zona muy poco relevada y muy aislada – en esta salida era entrar por Punta de Vacas hacia el Sur a la quebrada del río Tupungato, cruzar este curso de agua, caminar por el margen derecho 10 o 12 km. hasta la entrada de la Quebrada Fea. Después, recorrer esta quebrada por 25 km. hacia el Este, hasta un punto en que lo único que sabíamos, por una foto satelital, era que había un glaciar, treparnos a unos filos que dan al Cordón del Plata, y bajar por la Quebrada de Vallecitos. Eso incluía el ascenso al Plata por el Oeste, que hasta donde sabíamos, sería el primero por esa cara. Este plan nos debía llevar entre 8 y 10 días. De todo esto se cumplió muy poco...

Día 1: sábado 15 de noviembre

      Después de un retraso en el viaje de Rosario a Mendoza, arribamos con el tiempo justo para tomar el colectivo a Punta de Vacas. Llegamos a este caserío cerca de las 14:00, repartimos los últimos montones de comida y equipo común y nos largamos a caminar.     La primera alteración al plan original fue cuando encontramos que un carro montado sobre un cable de acero que se usa para cruzar el Tupungato (un torrente muy fuerte y caudaloso, imposible de vadear), estaba trabado con cadenas y candados. Tuvimos que ponernos los arneses y engancharnos con unos cordines y mosquetones a otro cable de acero con una roldana que cruza el río un poco más arriba. Así pasamos en "tirolesa"… una tirolesa bastante distinta a la que anuncian las empresas de "turismo aventura" tan de moda, porque la nuestra pasaba a poca distancia del torrente furioso (que nos salpicaba) y el cable era, en realidad, dos pedazos de alambre grueso unidos precariamente por las puntas sobre la mitad del río.

      Después del cruce del Tupungato y 5 horas y media de caminata fácil llegamos hasta la entrada de la Quebrada Fea y como no hacía frío, a la noche tiramos los aislantes y las bolsas atrás de una piedra e hicimos un vivac. Encendimos un lindo fuego con leña seca de los arbustos del lugar, tomamos un buen vino y caliche. La reunión y la conversación alrededor del fuego (cuando es posible hacerlo) siempre son símbolos especiales en la montaña, se trata de la repetición de un rito inmemorial, nos sentimos unidos a quienes recorrieron esos lugares y les dieron significado mucho antes que nosotros. Como dice Glauco, quién sabe qué figura forma nuestro comportamiento en el tiempo, qué cosa ponemos en orden en el universo al repetir el rito.

Día 2: domingo 16 de noviembre

      Nos despertamos a las 6:00 y una hora después ya seguimos avanzando por la Quebrada Fea, con un terreno que se hacía cada vez más complicado: acarreos, rocas inestables de todos los tamaños, laderas que caían a pique sobre el río. Tuvimos que descalzarnos un par de veces para cruzar el arroyo que baja por la quebrada, aunque más adelante pudimos evitarlo gracias a los puentes de nieve sobre el agua.      Cerca de mediodía empezó a nevar y hacia las 16:00 (caminamos cerca de 8 horas netas ese día) tuvimos que parar y armar la carpa porque la nevada se había hecho fuerte. La nieve al principio se fundía al llegar al piso cálido, pero al atardecer ya lo cubría con una capa de varios centímetros. La tormenta duró 18 a 20 horas y se acumularon cerca de 30 cm. de nieve en el lugar donde estábamos, a 3.400 metros de altura.

      Pasamos las largas horas de la nevada muy tranquilos, aunque algo incómodos, adentro de la carpa, tomando mate, vino y cuándo no, caliche, y escuchando música.

Día 3: lunes 17 de noviembre

      A mediodía dejó de nevar y, una vez que nos pareció que el tiempo iba a mejorar, levantamos el campamento.      Proseguimos el avance por la quebrada, más difícil todavía por la consistencia y la profundidad de la nieve recién caída. En varios tramos nos cuidamos de seguir de cerca el curso del río, ya que la nieve podía tapar piedras inestables y afiladas. En alguno de esos tramos, con fuerte caída hacia el río, tuvimos que usar los grampones y las piquetas para mayor seguridad.      En 6 horas llegamos a los 3.900 metros (a esta altura ya no había vegetación alguna) y acampamos.

Día 4: martes 18 de noviembre

      Desarmamos la capa y seguimos progresando lentamente por un terreno complicado hasta los 4.400 metros, donde establecimos nuestro último campamento. Tiempo de caminata: 10 horas y media.      Estas caminatas de los primeros días no fueron fáciles, como demuestra la gran cantidad de horas que caminábamos y la poca distancia y desnivel que superábamos. La Quebrada Fea consiste en una serie de extensiones planas por las que corre un arroyo. Los "planchones" son 11 y están unidos por encajonamientos, difíciles de transitar porque están formados por rocas de todos los tamaños, muy inestables. En estos encajonamientos, a cada paso existe el peligro concreto de romperse una pierna por pisar mal o porque cede una piedra, y un rescate por tierra es muy improbable. Un compañero del accidentado debería bajar la quebrada y conseguir un helicóptero. Además, varias veces hay que cruzar el arroyo, lo que implica descalzarse y meterse en el agua bajo cualquier condición de tiempo. La precipitación de nieve también complica no sólo por hacer más pesada la marcha, sino también porque oculta los peligros del terreno. Con la tormenta se había acumulado mucha nieve blanda y a veces había que abrir huella con las piernas que se enterraban completamente. Caímos varias veces en huecos de nieve que nos llegaban al pecho y de los cuales había que pelearla para salir.

      Pero así como el lugar es aislado y duro, también es muy hermoso (la quebrada de fea sólo tiene el nombre). Los glaciares han dejado su rastro, más que en otras partes de Mendoza que conozco. Los relieves son agudos, bien alpinos. Montañas de más de 5.000 metros como los Enanos Blancos, el Morro Rojo, otra de forma piramidal de la que ignoramos el nombre, limitan la quebrada con sus pendientes abruptas y cumbres afiladas (especialmente uno de los Enanos que parece un cuchillo con un penacho de viento blanco casi permanente sobre la cima), volcando sobre ella sus glaciares. A lo lejos, dependiendo del punto en que uno esté, pueden verse al Aconcagua, el Ameghino, la Mesa y parte del Mercedario, los Gemelos, y otros cerros.

      A 4.400 metros, solamente teníamos noticia de un andinista (Gabriel Cabrera) que haya andado por ahí antes que nosotros, y haciendo el viaje a la inversa (entrando por el Cordón del Plata y saliendo por Punta de Vacas); unas pocas expediciones entraron, hace muchos años, pero solamente hasta el Portezuelo de los Enanos, bastante más abajo. En este campamento nos dimos cuenta de que no íbamos poder seguir avanzando hacia el Cordón del Plata, como era nuestro plan original. El equipo técnico que llevábamos era insuficiente para encarar el glaciar que se nos presentaba a poca distancia y del cual nos habíamos hecho una idea muy errada mirando la foto del satélite. La realidad: un glaciar importante de varios km. de extensión, con todas las características típicas: el circo, la rimaya, la cascada de séracs, la lengua terminal, muchas grietas transversales y longitudinales que se veían... y muchas otras que no se veían porque habían sido tapadas por la nieve reciente. Además de la barrera del glaciar, era claro que para llegar al Cordón del Plata no sólo necesitábamos más equipo, sino también más días, porque las distancias son muy largas (y en gran altitud) y el terreno es muy intrincado, poco claro, casi caótico.

Día 5: miércoles 19 de noviembre

      Una vez abandonado el plan original, buscamos una alternativa. Nada temprano salimos del campamento y cruzando campos de nieve y algunos acarreos que sobresalían de la nieve, subimos un cerro. Algunas pendientes tenían apenas algo menos que 40º, pero no había mucho peligro de deslizarse si uno daba un mal paso, porque la nieve era bastante blanda, aunque el esfuerzo era considerable. Podía haber cierto riesgo de avalancha (especialmente bajo un labio de hielo en la ladera de la montaña). Más arriba la inclinación decrecía pero la nieve era más dura y había que andar con cuidado; la piqueta y los grampones me dieron más seguridad. El filo que conducía a la cumbre tenía una pendiente pronunciada (quizá unos 40º) de roca de mala calidad, con mucho azufre, que se desmoronaba, y a ambos lados daba a neveros muy inclinados. Con cuidado fuimos subiendo los últimos metros. Después de 4 horas llegamos a la cima, donde el altímetro marcó 5.035 metros y no había rastro de ningún ascenso anterior. Se trataba de un cerro virgen, por lo que levantamos una chotata y dejamos, protegido por una bolsa, un papel anotado con nuestros nombres, la fecha y hora de cumbre, las condiciones del tiempo (soleado y hasta caluroso, como lo fue siempre desde el fin de la nevada), la ruta de ascenso y el nombre que le pusimos a la montaña: "Cerro de la Certeza". De ese punto en adelante, todo es misterio.

Día 6: jueves 20 de noviembre

      Fuimos hasta el glaciar y nos metimos entre las hermosas torres que forman su parte final. Gramponeamos y usamos las piquetas un rato en hielo duro con buena pendiente pero sin mucho desnivel, por la falta de equipo técnico suficiente.      A mediodía volvimos al campamento, desarmamos la carpa y comenzamos a bajar, lo que no fue sencillo. Al cruzar los neveros hacía mucho calor, por el reflejo del sol; más abajo, la mayor parte de la nieve se había fundido, con lo que debimos atravesar un terreno bastante peligroso, inestable, de rocas afiladas y quiebres sobre el río. Tuvimos que tener mucho cuidado, y aún así nos caímos varias veces cada uno, afortunadamente sin consecuencias más graves que unos cuantos raspones y lastimaduras.

      A las 20:30 nos detuvimos a vivaquear en un lugar con vegetación cerca del río. Fue reconfortante sentir el aire perfumado por las plantas después de las agotadoras caminatas por puro hielo, nieve y roca. Era notable ver cómo la vegetación llegaba hasta una morrena que parecía cortarle el paso; del otro lado de la morrena, casi sin diferencia de altura, el terreno era totalmente árido.

Día 7: viernes 21 de noviembre

     El regreso desde el último vivac, a pesar de que el entorno era más amistoso por la presencia de vegetación, no fue más cómodo que el resto del camino. La Quebrada Fea no se da por vencida tan fácilmente...

      Cuando terminamos de recorrer la Quebrada Fea y llegamos por fin al río Tupungato, hicimos un alto frente al refugio Río Blanco que se alza, medio en ruinas, al otro lado del río. En ese lugar encontré un espinillo lo suficientemente alto como para darme sombra. El tiempo era muy soleado y caluroso. De alguna manera me sentí obligado a retribuirle a ese espinillo su gentileza, y lo regué con agua del Tupungato. ¿Por qué cuento esto? No tiene sentido, acá abajo es absurdo, casi ridículo. Sin embargo, allá, era lo correcto, allá si tenía sentido devolverle al espinillo algo a cambio de lo que me dio. Como el rito de la reunión alrededor del fuego, como levantar una chotata en una cumbre, se trata de actos que no se pueden explicar en el llano, en la ciudad. Hay que ir allá para entender su significado y su símbolo y para comprender su necesidad. Yo creo que si volviera a hacer este viaje, reconocería al espinillo amigo que me dio sombra entre todos los demás.

      Finalmente, después de una caminata de 11 horas desde el último vivac, nos encontramos frente al cable de acero que atraviesa el río Tupungato. Era tarde y nos preocupaba la subida del nivel del agua, por lo que decidimos esperar a la bajante de la mañana siguiente para cruzar. El último incidente del día fue el encuentro cercano con una araña pollito que hizo cambiar a los bravos montañeros un vivac bajo cielo estrellado por una carpa cerrada e incómoda.

Día 8: sábado 22 de noviembre

      Temprano a la mañana cruzamos el río por la dudosa tirolesa y en poco tiempo estábamos en Punta de Vacas esperando el colectivo a Mendoza.

 

 

 

Andrés C. Argutti

 G.R.A.M.

 Noviembre de 2003

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